Los mercados no creen en Trump a largo plazo
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Los mercados no creen en Trump a largo plazo
WSJ-martes, 31 de enero de 2017 17:10 EDT
Invertir tiene que ver con dos aspectos: decidir la probabilidad de que un evento ocurra y compararlo con los precios que le ha asignado el mercado. El debate en torno a lo que puede pasar durante el gobierno de Donald Trump ha dominado la cobertura de los medios de comunicación desde su elección y cada inversionista tiene su punto de vista al respecto. Lo importante, entonces, es compararlo con los precios del mercado.
Un gráfico ayuda a dejar de lado el ruido y concentrarnos en lo importante. La curva de rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense cuenta una historia de Trumpflación, un alza tanto del crecimiento económico como de la inflación que durará algunos años pero tendrá un impacto de largo plazo insignificante en la economía real.
“La gente ha elevado sus expectativas de crecimiento y se trata más de una visión cíclica que estructural”, señala Jan Hatzius, economista jefe de Goldman Sachs.
La curva de rendimiento compara bonos con diferentes vencimientos y ha subido marcadamente conforme los rendimientos de los bonos del Tesoro de Estados Unidos a 10 años han subido mucho más que los de sus contrapartes a dos años después de la elección. Esto ocurre cuando los inversionistas prevén un crecimiento más acelerado y una mayor inflación y tiene un efecto positivo sobre la inversión puesto que las decisiones a futuro prevén una mayor recompensa.
Los bonos de mayor plazo, sin embargo, cuentan otra historia. La curva se aplana a medida que avanza en el futuro. El rendimiento de los bonos a 10 años ha subido mucho más que el de la deuda a 30 años, lo que sugiere muy pocos cambios en las perspectivas a largo plazo de la productividad o la inflación.
La esperanza de un auge cíclico se refleja en los mercados de acciones, aunque los detalles sobre las nuevas medidas del gobierno de Trump generan más ruido en la renta variable. Desde la elección presidencial, las empresas cíclicas como las automotrices y las aerolíneas han superado con holgura el índice de referencia S&P 500, mientras que las compañías consideradas defensivas, es decir las que están en mejores condiciones de capear una recesión, han tenido un desempeño inferior y, en el caso de las firmas de servicios públicos, han generado pérdidas.
La curva de rendimiento puede ser uno de los indicadores financieros más importantes, pero incluso la pregunta de lo que espera el mercado depende mucho de la interpretación.
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La desventaja más obvia es el punto de partida. La curva se ha inclinado bastante, pero a partir de un punto de partida muy deprimido. A mediados del año pasado, los inversionistas estaban preocupados por un futuro sombrío con un crecimiento paupérrimo y el riesgo de caer en deflación. La curva de rendimiento era la más plana desde 2007. Incluso después de su reciente empinamiento, la brecha entre los bonos del Tesoro estadounidense a 10 y dos años se ubica apenas por encima de los mínimos postcrisis alcanzados en 2012 y 2015.
Michael Gapen, economista jefe de EE.UU. del banco de inversión británico Barclays, señala que la curva no es más inclinada debido a que los planes de estímulo de Trump, asumiendo que se concreten, llegarán cuando la economía se acerca al pleno empleo. “Tal vez acelere el fin del ciclo porque llega tan tarde en el ciclo que en realidad no cambia la perspectiva a largo plazo”, manifestó.
Si el Congreso estadounidense implementa los programas de estímulo que propone Trump, algo que dista mucho de estar garantizado, la inyección de fondos podría tener un mayor impacto en elevar la inflación que en incentivar el crecimiento real. Eso se refleja en el alza de las expectativas implícitas de inflación en el mercado de bonos. La cifra volvió a superar 2% para los próximos 10 años por primera vez desde 2014.
Una medida del crecimiento real previsto de la economía, es decir el rendimiento de los bonos a 10 años protegidos contra la inflación, tras descontar la inflación, subió rápidamente después de las elecciones antes de retroceder un poco después de que la Reserva Federal de EE.UU. elevó las tasas de interés en diciembre. De todos modos, el máximo que alcanzó en diciembre de 0,74% más inflación no estuvo ni cerca de los niveles previos a la crisis financiera de 2008.
Una interpretación es que los inversionistas creen que las presiones a la baja sobre el crecimiento y la inflación provenientes del envejecimiento de la población son probablemente mayores que los avances de la productividad generados por la disminución de la burocracia o una mejora de la infraestructura.
Algunos críticos sostienen que el bono del Tesoro a 30 años no mide adecuadamente las expectativas del crecimiento de EE.UU. Es un bono poco transado en el que las decisiones de emisión del gobierno y la demanda vinculadas a las obligaciones de pensiones, que no son sensibles a los precios, pueden tener la misma importancia que las previsiones de los inversionistas sobre el crecimiento de largo plazo. Pueden tener razón, pero también es obvio que si los inversionistas pensaran que Trump brindará un impulso grande y permanente al crecimiento o la inflación, pocos querrían que el bono del Tesoro a 30 años ofreciera un rendimiento de poco más de 3%. Tal vez no sea un indicador perfecto, pero igual sirve.
Conocer los precios que el mercado asigna a los activos genera oportunidades para los inversionistas que tienen convicciones firmes sobre lo que el gobierno de Trump puede lograr. Un crecimiento más acelerado, un alza de la inflación o crisis políticas pueden tener grandes repercusiones en el mercado. El problema es para los que no tienen mucha idea de lo que el ocupante de la Casa Blanca representa. La diversificación habitual entre acciones y bonos brinda escasa protección contra el riesgo de una guerra comercial, cuando ambos activos podrían sufrir los efectos de un alza de la inflación y un descenso de las ganancias.